Hoy el refrán de «obras son amores, que no buenas razones» les pega a los dirigentes de la Unión Europea que, ufanos de su respeto a los Derechos Humanos, ayudan a levantar campos de concentración... ¡uy!, perdón, centros de identificación de refugiados. También les pega a los diputados que se dicen preocupados por las necesidades de los ciudadanos y ponen su esfuerzo en las luchas de poder. Y también les pega el refrán a los ediles que remachan su desvelo por el bienestar de los vecinos mientras dejan caer el transporte público.