Cuando llegamos a Malawi en abril de 1984, el aeropuerto internacional llevaba en servicio apenas un año. Me llamó la atención su diseño moderno y su limpieza. Como en otros casos, se ubicaba en las afueras de la capital.
A ella, a Lilongwe conducía una carretera bien cuidada de excelente firme y márgenes ajardinados en los que crecían flores y arbustos dispuestos con ese artificio imperceptible que confiere una apariencia natural.
Conforme nos aproximábamos a Lilongwe, difícil de distinguir a primera vista, la ciudad se me revelaba como una mezcla curiosa de espesura, construcciones dispares, caminos que hacían las veces de calzadas y gente yendo y viniendo.
Mientras la recorríamos en dirección a Blantyre, pasamos por delante de una hilera de edificios coloniales en cuyos bajos se vendían telas y vestidos; ante las puertas abiertas de los comercios y bajo los soportales, costureros y alfayates confeccionaban prendas con máquinas de coser a pedal. Algunos tenían una banca delante para los clientes o los allegados con los que departían mientras punteaban.
Quizá para desigualar, entre las sastrerías había aquí y allá una tienda de muebles, que, tal vez por lo reducido del interior, usaba el trozo de porche correspondiente como escaparate: sillas, mesas, cabeceros, camas, mesillas…
A pocos kilómetros, edificios vanguardistas emergían, sin orden aparente, de una fronda verde y tupida; era el distrito de Capital Hill, la «loma de la capital», en la que se iban alojando las sedes administrativas.
Aquella ordenación, que combinaba zonas verdes, incluso agrícolas, y urbanas, arquitectura antigua y diseños modernos, había surgido a resultas de una decisión gubernamental. En 1965, un año después de que se le reconociera la independencia a Malawi, el entonces presidente, Hastings Kamuzu Banda, resolvió trasladar la capital.
Alegó que la centralidad de Lilongwe contribuiría a una mejor articulación del territorio; además, sería la materialización de una nueva etapa en la historia del país lejos de la época colonial que representaba la capitalidad de Zomba, en el sur.
Las malas lenguas también atribuían la medida al deseo del presidente de favorecer a la comunidad chewa de la que procedía y asegurarse así un mayor número de partidarios.
En cualquier caso, el proyecto se dilató durante décadas. En sus inicios contó con el apoyo de Sudáfrica tanto en el aspecto financiero, en forma de créditos, como en el técnico, mediante un plan general preliminar. Por fin en 1975, Lilongwe fue declarada capital de Malawi, si bien las obras capitalinas seguirían hasta entrado el siglo XXI.