Pocas cosas hay tan agradables para mí como sentarse el domingo ante un buen desayuno y acompañarlo con la lectura reposada de la prensa.
Durante el tiempo que viví en Zimbabwe, el periódico solía ser The Sunday Herald, en realidad la edición dominical de The Herald, el único que se publicaba a la sazón en la capital, Harare.
El formato era el que se conoce como «sábana», para cuyo manejo se requiere una amplia superficie o la habilidad británica de doblar con precisión los enormes pliegos sin desbaratarlos y arrugarlos.
Ya en The Herald había encontrado sorpresas, como por ejemplo el amplio espacio que se destinaba a la sección de «Cartas al director», más extensa y relevante que las correspondientes en los rotativos alemanes y en algunos españoles, según mi memoria.
También me llamaba la atención que durante la época de las lluvias se informase casi a diario de los heridos y fallecidos por rayos, que podían superar el centenar en una sola estación. Las víctimas solían registrarse sobre todo en las zonas rurales debido tanto a la falta de pararrayos o similares como a las ideas erróneas sobre la forma de precaverse contra esas descargas.
Al cabo de los años, supe que, dependiendo de las creencias, los rayos son el medio por el que la divinidad se manifiesta, el instrumento que esta utiliza para castigar a los malhechores o la única causa de muerte que obedece en rigor a la voluntad divina.
No obstante, lo que una y otra vez veía con admiración era el espacio consagrado los domingos a los oficios religiosos, una sección que en los periódicos alemanes no recuerdo haber visto y que en los españoles solo listaba los horarios de las misas por parroquias.
En cambio, The Sunday Herald dedicaba una plana completa a los actos cultuales previstos en Harare, no solo a los de la Iglesia anglicana o a los de la católica, sino también a los de una infinidad de denominaciones cristianas y protestantes, así como a los de otras religiones.
Aquella enorme hoja me maravillaba semana tras semana porque, de una manera tan sencilla pero patente que no alcanzo a explicar, ponía ante mis ojos la inmensa variedad de credos que pueden convivir en una sola población y la multiplicidad de respuestas humanas a las mismas preguntas.