Verificar esa conclusión no parece haber suscitado demasiado interés en la Europa de la última década, a tenor de las escasas indagaciones realizadas que suelen centrarse más en las meras cifras, en las actitudes hacia la inmigración o en su integración. Por eso resulta sumamente ilustrativa la reciente publicación de “African migration: Who’s thinking of going where?” (la migración africana: ¿quién piensa irse adónde?), un artículo que avanza los resultados de una encuesta elaborada por Afrobarometer.
El estudio revela que un 35% de los africanos se plantea emigrar, si bien, de acuerdo con los datos de Organización Mundial de las Migraciones, solo el 10% de quienes expresan el deseo de emigrar hacen preparativos al respecto y un porcentaje aún menor termina emigrando realmente.
De cualquier modo, el porcentaje de quienes consideran la posibilidad de abandonar su lugar de origen, en los 35 estados africanos objeto de la investigación, difiere considerablemente de un país a otro: así, por ejemplo, mientras en Malawi el 45% de las personas encuestadas le da más (28%) o menos (17%) vueltas a la idea, el 74% en Zambia o el 80% en Mali no lo ha pensado nunca. La disparidad, sin embargo, no parece tener que ver con la región.
Aparentemente tampoco la zona geográfica de origen guarda relación con el destino anhelado y al 39% de quienes afirman barajar la emigración en Ghana le gustaría irse a Norteamérica, en tanto que el 45% en Costa de Marfil preferiría trasladarse a Europa; por el contrario, el 71% de las personas encuestadas en Malawi y el 67% en Zimbabwe optaría por dirigirse a un país ubicado en su entorno territorial.
Mayor coincidencia hay en los motivos que se aducen para emigrar y que están en consonancia con la conducta humana a lo largo de la historia o con otras poblaciones estudiadas: el 83% de las personas encuestadas por Afrobarometer busca emigrar para vivir mejor, ya sea para encontrar trabajo (43%), para escapar de las penurias económicas (33%) o para hallar mejores oportunidades de negocio (7%). Aquí cabe recordar que el Barómetro de febrero de 2012 elaborado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en España arrojaba unos datos muy similares.
Quienes más acarician el plan de emigrar son los jóvenes entre 18 y 35 años y, sobre todo, quienes han estudiado; de hecho solo entre el 4% y el 8% de quienes no han ido a la escuela contempla la perspectiva de emigrar. Bien es cierto que en Malawi el porcentaje asciende al 13%, pero a la hora de valorar ese porcentaje, al igual que el de quienes piensan emigrar (45%) hay que recordar que en su mayoría (71%) quiere hacerlo a países de su entorno más cercano, lo cual probablemente se deba, entre otras razones, a que durante décadas el país fue, y en cierto modo sigue siendo, cantera de mano de obra barata para el servicio doméstico y las minas de la región.
El dato de que quienes en mayor medida albergan la esperanza de emigrar sean las personas con cualificaciones medias y altas es otra variable común a movimientos migratorios mundiales, tal como recoge, por ejemplo el informe Measuring Global Migration Potential, 2010–2015 de la Organización Internacional para las Migraciones. No obstante, los efectos de este fenómeno que implica la pérdida de valiosos recursos humanos pueden ser calamitosos para cualquier país.
Pero quizá lo más triste de esa pérdida sea que el talento y la formación que se van con los emigrantes no siempre se valoran ni se aprovechan en el país de destino. Un claro ejemplo, tal como se recoge en el estudio Recognition of Qualifications and Competences of Migrants, es la Unión Europea (UE), donde, debido a cuestiones administrativas y de homologación de títulos, la ‘sobrecualificación’ media de un oriundo se sitúa en el 21% y la de un inmigrante procedente de fuera de la UE, en el 36%.
Para ampliar datos, v. fuentes:
CIS, Estudio nº 3161. Barómetro de febrero, 19 de noviembre de 2016.
CIS, Estudio nº 2932. Barómetro de febrero, febrero 2012.
EUROSTAT, “Migration and migrant population statistics”, Statistics Explained, marzo de 2018.