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Zambia: vuelta a empezar

El pasado 13 de noviembre, Zambia declaraba que no podía hacer frente a la amortización de sus eurobonos; advertía a sus acreedores que se encontraba al borde de la insolvencia y avisaba de una posible quiebra de estado.

Para algunos, como The Economist, «los problemas económicos se deben más a la desastrosa presidencia de Edgar Lungu que a la pandemia»; para otros, radican en que la economía de Zambia depende esencialmente del cobre, un mineral de valor fluctuante en los mercados. Sea lo que fuere, el deterioro se inició hace tiempo. De hecho, ya en octubre de 2016 una delegación del Fondo Monetario Internacional visitó Zambia para ofrecer su asesoramiento acerca de como superar la crisis económica en la se encontraba el país desde hacía dos años.

La situación evocaba otra similar vivida en África a finales del siglo XX que concluyó con la condonación parcial de la deuda externa de muchos de los estados del continente. El perdón, para el que cada uno debía implementar medidas ligeramente distintas, se caracterizaba por un elemento que se aplicó a todos: la condicionalidad. Y, en general, una de las condiciones era que los fondos de aquella deuda que se les condonaba se destinasen precisamente a los sectores públicos de la educación y la sanidad.

La prescripción resultaba, cuando menos, sorprendente, pues hacía apenas veinte años, durante las décadas de 1980 y 1990, el Fondo Monetario Internacional había concedido los créditos necesarios para superar la crisis económica del momento a cambio de que se aplicasen los Programas de Ajuste Estructural (SAPs, en sus siglas inglesas) cuyas formulas de corte neoliberal recomendaban una reducción del papel estatal en la economía y comportaron, entre otros, recortes en la sanidad y la educación públicas.

El problema de la deuda en el caso africano estaba vinculado a la situación mundial —recuérdese, por ejemplo, la crisis del petróleo de 1973—, pero se vio agravado por la monoproducción de materias primas como el cacao, el tabaco, el aceite de palma o el cobre, en el caso de Zambia, que eran la fuente principal de los ingresos nacionales. La lógica, defendida por los organismos financieros internacionales, sugería que cuanto más se produjese de la materia en cuestión, mayores serían los ingresos.

Sin embargo, como eran varios los países en los que se cultivaba alguno de aquellos productos casi en exclusiva, los monoproductores competían por los mismos mercados, o dicho de otro modo, cuanto mayor era la oferta, más bajaba el precio, y en consecuencia menor era el margen de beneficio. O sea, se producía más, pero se ganaba menos.

En cierto modo, tanto la cuestión de la monoproducción como la de la deuda misma pueden rastrearse históricamente: la primera es una secuela del reparto y la organización colonial que, atendiendo a los intereses de las metrópolis, convirtió a cada colonia en la abastecedora de un producto determinado; la segunda se deriva de la práctica inexistencia de capital autóctono africano en el momento de la independencia, pues los colonos y las metrópolis se había apropiado previamente de la economía y la descolonización simplemente puso al descubierto el hecho de que los estados soberanos carecían de los recursos —económicos, financieros y fiscales— que los hicieran viables.

Por eso hubieron de pedir prestado al Fondo Monetario Internacional, la institución creada en 1944 que «promueve la estabilidad financiera y la cooperación monetaria internacional. Asimismo, facilita el comercio internacional, promueve el empleo y un crecimiento económico sostenible y contribuye a reducir la pobreza en el mundo entero», entre otros proporcionándoles a los estados créditos blandos, al menos en teoría.

Durante la segunda mitad del siglo XX, fue el Fondo Monetario Internacional el principal prestamista de los estados; en cambio, hoy en día, son una pléyade que va de las instituciones financieras, nacionales y multilaterales a las privadas de todo origen y condición. Entre ellas que se encuentran las chinas en cuyas manos se concentra la mayor parte de la deuda africana.

 

Para ampliar datos, v. fuentes:

«El FMI: Datos básicos. Ficha técnica», Fondo Monetario Internacional, 19 de abril de 2018.

«Zambia’s descent» (editorial), The Economist, 14 de noviembre de 2020, p. 16.

Walden Bello with Shea Cunningham, «The World Bank and the IMF», Transnational Institute, 2006.

Chris Mfula, Karin Stroheker, «UPDATE 6- Zambia will miss Eurobond payment, setting stage for default», Reuters, 13 de noviembre de 2020.

A.S. Mlambo, «The rich shall inherit the earth: towards an analysis of the role and impact of IMF Structural Adjustment Programmes in Sub-Saharan Africa», Zambezia, Vol. 20, n.º 1 , 1993, pp. 53-76.

Kalima Nkonde, «How the IMF of the 80s/90s has ‘changed’ in the 21st Century», Lusaka Times, 26 de octubre de 2016.

Susan Schadler, «How Successful Are IMF-Supported Adjustment Programs?», Finance and Development, Vol. 33, n.º 2, junio de 1996.

 

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