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Recuerdos: Malawi cuarenta años ha

Buscando una receta de cocina, reveo en la estantería The Malawi Cookbook de A. Shaxson, P. Dickson y J. Walker publicado en 1974 por Government Printer, la imprenta estatal, reditado en 1979 y que compré en 1984 durante una visita al país.

El libro, que «puede ser utilizado por todas las razas que viven en Malawi», según dicen sus autoras en la introducción, contiene recetas de orígenes diversos para hacer desde sopas —como la basque o la «leche de pescado»— hasta salsas y postres —como el merengue de coco o el cremoso de mango y papaya—, pasando por los guisos de insectos, especialmente hormigas. El recetario termina con algunos consejos caseros y curiosamente incluye media docena de anuncios.

Igual de llamativo e insólito me resultaba, en la distancia desde Zimbabwe, el país mismo. De Malawi procedían muchos de los trabajadores, más o menos temporales, empleados en las plantaciones, las minas o en el servicio doméstico. Esta inercia migratoria, rémora de la economía colonial que había convertido a país lacustre en abastecedor de mano de obra a voluntad, persistía incluso en el Zimbabwe independiente desde 1980.

Justo aquel año, Malawi —cuyo Gobierno practicaba una política de acomodo o más bien de acatamiento a las exigencias de Pretoria— había entrado a formar parte de la SADCCConferencia de Coordinación para el Desarrollo de África Austral—, una organización que buscaba el desarrollo de la región y su independencia económica de la Sudáfrica segregacionista.

Quizá por la evidente contradicción, los otros estados miembros, que ya se habían coaligado hacía años para plantar cara a la Sudáfrica capitalista del apartheid en la Línea del Frente, miraban a Malawi con cierta reticencia. El recelo era también fruto de la diferencia ideológica: Angola, Mozambique, Tanzania, Zambia, Zimbabwe y, en cierta medida, Botswana habían instaurado regímenes de corte socialista, en tanto que Malawi había optado por un tradicionalismo capitalista.

Una muestra anecdótica y trivial pero reveladora de ese conservadurismo que inspiraba la política del «presidente vitalicio» Hastings Kamuzu Banda podía encontrarse en las costumbres según ley relativas a la vestimenta. Algo que nos llamaba mucho la atención a los extranjeros y que recalcaban todas las guías turísticas del país. Así, a los hombres les estaba prohibido llevar pantalones con pata de elefante o el pelo largo (el borde del cuello de la camisa marcaba el límite) y las mujeres no podían usar vestidos cortos o faldas por encima de la rodilla ni pantalones.