1. La imagen de África

Si no tenéis tiempo para escuchar mi relato, os lo contaré otro día

NARRADORES ORALES

Decir África es conjurar un universo extraño y exótico: un continente en el que se mezclan desiertos, selvas y sabanas sin clara solución de continuidad. Decir África es invocar las figuras de masáis y bosquimanos, de leones y elefantes, de pueblos primitivos y de animales salvajes; decir África es hablar de pobreza, de hambre, de enfermedad, de guerras...

De África se dice que es el continente negro, que es un continente salvaje, un continente pobre; de los africanos, que todos son negros, que su cultura es pobre y está anclada en atavismos, que no saben cuidar de su entorno y que sus creencias religiosas tradicionales no son sino un cúmulo de supercherías; siempre enzarzados en guerras y a merced de dirigentes corruptos, los africanos no pueden (o no saben) gobernarse; África, se concluye, no tiene futuro.

Quizá estas afirmaciones resultan excesivamente explícitas (hoy se diría que no son políticamente correctas) y sólo en contadas ocasiones «se escapan» en público, tal como le sucediera recientemente a un conocido líder nacionalista cuando afirmó que el problema del País Vasco se estaba presentando como si se tratase de la guerra ... ¡entre hutus y tutsis!

Pero anécdotas aparte, encuestas y estudios demuestran que seguimos viendo a África y a los africanos como pobres y salvajes. En las páginas que siguen no se entra en el debate, siempre controvertido, sobre la exactitud de esa imagen; más bien se intentan analizar los elementos que forjan su construcción.

Los resultados de un reciente sondeo, muestran que, en efecto, el 75% de los encuestados asocia África con pobreza, hambre y enfermedad1. Si tenemos en cuenta que las ideas no surgen por generación espontánea sino que son el resultado de las reflexiones sobre la información que vamos adquiriendo, y que ésta procede tanto de nuestra propia experiencia personal, como de la ajena, que los demás nos transmiten de forma diversa, merece la pena examinar qué información recibimos y a través de qué medios.

1.1. Noticias de África

Y si hablamos de medios, pensamos por antonomasia en los medios de comunicación —prensa, radio, televisión— dado el preponderante papel que juegan como transmisores de información en la actualidad. No obstante, considerar los medios de comunicación, para ser más precisa, sus servicios informativos, como fuente cuasi exclusiva de información entraña una pequeña trampa: olvidar que para ellos la información ha de ser noticia.

Para que lo sea, es necesario que el acontecimiento en cuestión responda a los criterios periodísticos que definen lo que es noticia (interés para la audiencia, actualidad, importancia de los actores, etc.), aunque ni periodistas ni estudiosos parecen haber encontrado una definición clara. A la postre, que un acontecimiento se califique como noticia depende de los criterios personales de quien la propone, pero sobre todo de los criterios de quienes la seleccionan (editores, jefes de sección, comité de redacción) que a su vez han de atenerse a la línea editorial, o sea a los principios, del medio para el que trabajan.

Además, la noticia está condicionada por otros elementos más o menos ajenos a su condición de tal: desde la competencia con otras noticias, o incluso con la publicidad, para conseguir apenas medio minuto en el espacio informativo o unas líneas en el periódico, hasta la infraestructura logística que proporciona las imágenes. Y este factor es de especial relevancia para la televisión, porque en este medio si no hay imágenes, no hay noticia.

Al final, la noticia se determina en función de criterios que desbordan el concepto clásico de información periodística; criterios dictados en no pocas ocasiones por las exigencias que comporta concebir la información como un negocio o incluso como un espectáculo.2

En consecuencia, para superar con éxito todos esos filtros, para que un acontecimiento en África se considere noticia aquí, ha de tratarse de una catástrofe, natural o humana, de proporciones desorbitadas (aunque incluso siendo tal, no siempre se le preste atención); o bien que la languidez del estío, con su sequía de eventos ocasione ese vacío informativo que de algún modo hay que rellenar.

Salvedad expuesta, ¿qué nos cuentan de África los medios de comunicación? Para empezar, poco.

Tomo como ejemplo, porque me parece un buen exponente de las noticias recogidas en el diario, la cronología del ámbito internacional que presenta el Anuario EL PAÍS 1999: de las 1.126 entradas que contiene en total, 88 (o sea 7,8%) se refieren a África, y de éstas, 40 hablan de Argelia, Marruecos y/o el Sahara Occidental. De las 48 entradas restantes (4,26% del total), 9 tienen como protagonistas a ‘otros’ (las visitas del Papa Juan Pablo II y del presidente Clinton a África, la implicación de Francia y EEUU en la guerra de Rwanda en 1994, etc.). De modo que en realidad sólo 39 entradas (3,5%) se ocupan del África subsahariana.

También creo que merece la pena destacar la secuencia de estas entradas: si la media de entradas por mes es de unas 94, cabría esperar que en la página dedicada a cada mes hubiera alrededor de 3 entradas sobre el África al sur del Sahara. Sin embargo, en enero, febrero, noviembre y diciembre no se registra ninguna, en tanto que en junio hay 8, las mismas que en julio y agosto.

¿A qué se debe esta relativa acumulación de menciones durante los meses de verano? En principio pensé que podía atribuirse a la inversión de las estaciones en uno y otro hemisferio: si, por un lado, consideramos el invierno como la estación más activa, y por tanto la que más noticias produce; y, por otro, que el invierno en el hemisferio sur se corresponde con los meses de junio, julio y agosto, en buena lógica el aumento de las noticias sobre África en esos meses será el reflejo de una mayor actividad en esa zona del globo.

Por desgracia, este argumento olvida que una parte nada despreciable de África se encuentra al norte del Ecuador y además omite un factor climatológico de gran relevancia en el África subsahariana: la lluvia. La temporada de lluvias, con sus torrenciales precipitaciones, refrena la actividad mucho más que el frío, apenas perceptible tan cerca del Ecuador. Y si bien en la zona más austral, la época lluviosa se corresponde en cierta medida con el invierno del hemisferio boreal (por ejemplo en Zimbabwe se desgarra el cielo de diciembre a abril), no sucede lo mismo en las regiones al norte de dicho círculo o más cercanas a él (como en Burkina Faso donde suele llover entre junio y septiembre).

A pesar de todo lo cual, el hecho es que África salta con mayor frecuencia en verano que en invierno a las páginas de los periódicos, a los receptores y a las pantallas, pero no porque pasen más cosas allí, sino porque aquí se produce una especie de laxitud informativa en torno a las fechas veraniegas.

En este sentido, al revisar las ediciones de EL PAÍS correspondientes a los meses de agosto y diciembre de 1998, observo que durante el mes de diciembre aparecen 11 noticias sobre África subsahariana y que 3 de ellas se publican el día 28 de diciembre («Luanda culpa a UNITA del derribo del avión de la ONU en Angola», «Dos presuntos rebeldes, quemados vivos en la capital de Sierra Leona», «Linchada una mujer en Suráfrica tras reconocer que padecía SIDA»). En el mes de agosto, la incidencia es mayor: todos los días aparece al menos una noticia referente a algún lugar del subcontinente.

De hecho, el 26 de agosto de 1998, la página 6 del mencionado periódico está dedicada a África, con dos noticias centrales («Dos muertos en un atentado contra el Planet Hollywood de Ciudad del Cabo» y «Aviones de Angola y Zimbabue bombardean posiciones de las fuerzas anti-Kabila en Congo») arropadas por otras 4 de menores dimensiones («28 fallecidos en Uganda en una ola de bombas contra autobuses», «16 personas condenadas a morir en la horca en Sierra Leona», «Nigeria celebrará en febrero comicios presidenciales», «EEUU confirma que localizó en Sudán restos de gas nervioso»). Me desconcierta que, pese a su trascendencia, al anuncio de las elecciones que se van a celebrar en Nigeria se le dedican apenas 13 líneas de texto; es la noticia más reducida y la que peor posición ocupa: la parte inferior izquierda de una página par.3

No obstante la profusión, analizando el contenido de las informaciones publicadas en agosto, advierto que se centran en dos acontecimientos: la guerra en la República Democrática de Congo (antiguo Zaire) y los atentados contra las embajadas estadounidenses en Kenya y Tanzania, así como sus posteriores derivaciones.

Por contraposición, me abate comprobar el parvo eco que suscita otro hecho acaecido también en agosto de 1998: la Comisión de la Verdad y de la Reconciliación de Sudáfrica concluye sus vistas y se hacen públicos incidentes de alcance internacional que, paradójicamente como breves de entre ⅓ y ½ columna, apenas encuentran espacio en las páginas del periódico («Concluye la investigación sobre los crímenes del apartheid», 1 de agosto; «Suráfrica recibió ayuda militar occidental durante el apartheid», 2 de agosto; «Tutu insinúa una conjura occidental contra el jefe de la ONU en 1961», 20 de agosto).

Para mí, lo más desalentador de esta pequeña muestra es que la parquedad informativa del periódico mencionado no es privativa del mismo; por el contrario es una rutina imperante en los medios de comunicación españoles.

1.2. Información (en) singular

Tanto es así, que no hace mucho una palabra, Botswana, me despertó súbitamente de la indolencia en la que me sumerjo durante los noticiarios de televisión. La noticia en sí era un tanto kafkiana: en un arrebato de locura, un piloto de las líneas aéreas nacionales de dicho país había destrozado tres de los cuatro aviones que constituyen la flota. Pero lo que más me sorprendió fue la frase con la que se abría la noticia: «En Botswana, un pequeño país al norte de Sudáfrica, ...»4 ¿Pequeño país?, me pregunté, y fui a comprobarlo: 600.372 km2 de superficie (España, 504.782 km2). ¿A qué se debía pues el adjetivo? ¿Tal vez a la comparación con otros estados africanos? ¿A que el número de sus habitantes ronda el millón y medio, y por lo tanto su densidad de población es de apenas 2,5 h/ km2?

Hoy todavía no soy capaz de discernir qué me irritó más: si el desacertado calificativo o el hecho de que la noticia acerca de lo sucedido de Botswana hubiera saltado a la pantalla en detrimento de otros acontecimientos acaecidos esa misma semana: el controvertido regreso a Sierra Leona de los líderes rebeldes, Foday Sankoh y Paul Koroma, para incorporarse al gobierno de unidad nacional; la decisión del cartel De Beers de suspender la compra de diamantes angoleños, gran parte de cuyos beneficios ha servido para mantener a la UNITA de Jonas Savimbi y por consiguiente para alimentar la guerra en Angola; el inicio del juicio contra Wouter Basson, el Doctor Muerte, acusado de más de medio centenar de crímenes (a Basson se le supone responsable de la investigación y desarrollo de armas químicas y bacteriológicas, que deberían aniquilar a la población negra, para el gobierno del apartheid), etc.

Además, al principio la noticia de Botswana me llamó la atención, no sólo por su contenido ciertamente insólito, sino porque parecía romper con la tónica general de las noticias sobre África, a tenor de las cuales la imagen emblemática del continente sería la consabida fotografía de una mujer negra, macilenta, semidesnuda o cubierta con harapos que, sentada en medio de la nada o de un campo de refugiados, mece en sus brazos a un niño esquelético. Una imagen, por cierto, cargada de significado.

La fotografía habla de vulnerabilidad: la una madre con su bebé; de pobreza: la de quien no tiene qué comer ni con que vestirse, que revelan la delgadez extrema de los cuerpos y la semidesnudez o los harapos; habla de aislamiento: el de quien se encuentra solo o en medio de extraños; pero también habla de sumisión: la que simboliza estar sentado o arrodillado por debajo de la visual; y de impotencia: la de una madre que no puede hacer nada por un hijo que intuye va a perder.

Más allá de su interpretación, la fotografía dice mucho de los ojos que la toman y de los que la miran, ojos que a veces parecen haber perdido el respeto y la compasión por el dolor ajeno. Y a pesar de todo, ésta sigue siendo una imagen reiterada, ilustración insistente de las habituales noticias sobre África: hambrunas masivas, como la de Sudan; guerras cruentas, como la de Sierra Leone; epidemias temibles, como la de ébola.

Analizada en este contexto, he descubierto que la noticia de Botswana no es la desviación que aparenta; por el contrario, se integra perfectamente en esa tendencia general a narrar desastres y además, la refuerza.

1.3. La realidad fragmentada

Por motivos varios, sobre todo por la limitación de tiempo (en radio y televisión) y de espacio (en los periódicos), los medios de comunicación son proclives a omitir el contexto y los antecedentes de los acontecimientos que presentan como noticia. Este hecho carece de trascendencia cuando quien recibe la noticia conoce de antemano las circunstancias en las que se produce; pero cuando esa persona no posee información alguna sobre la situación previa, puede tener la sensación de que el acontecimiento-noticia es fortuito, imprevisto, incongruente.

Las epidemias, las hambrunas y, sobre todo, las guerras son de por sí tragedias desgarradoras, pero cuando se presentan desconectadas de las crisis que las preceden y por tanto aparentemente infundadas, rebasan el límite de lo inconcebible, lo absurdo, lo inhumano. En consecuencia, convertir en noticia un arrebato de locura como el arriba mencionado contribuye a confirmar la impresión de que todo lo que ocurre en África es disparatado y carece de sentido.

Así por ejemplo, el diario El País informa el 6 de junio de 1998 de la guerra entre Ethiopia y Eritrea («El conflicto fronterizo entre Etiopía y Eritrea degenera en guerra abierta»), que se había iniciado un mes antes. Sin embargo, la noticia ceñida a los acontecimientos del momento, hace únicamente mención del suceso que ha desencadenado los enfrentamientos armados (soldados eritreos aparecen en una zona fronteriza que tanto Eritrea como Ethiopia consideran parte de su territorio nacional). El texto informativo se acompaña con una foto (soldados eritreos en marcha hacia el frente), un pequeño mapa y un despiece de antecedentes históricos que, si bien arranca en la época de la colonización italiana, termina en 1993 con la independencia de Eritrea. Los cinco años posteriores (1993-1998) en los que medra el conflicto quedan omitidos.

Y cuando veo cómo los medios de comunicación enlazan los conflictos actuales en África con la descolonización y las independencias, me pregunto si, para quien lo hace, los años de independencia en los distintos estados africanos han sido páginas en blanco, espacios en los que no ha ocurrido nada, como si todo el continente hubiera sido alcanzado por el sortilegio dirigido a la Bella Durmiente.

¿Es África de verdad esa Bella Durmiente? ¿No será más bien que esos años desatendidos han estado preñados de acontecimientos? Entonces, resumirlos en unos segundos o en unas pocas líneas, requerirá una extraordinaria labor de síntesis. Amén de la propia dificultad que entraña tal ejercicio, éste se ve condicionado por otros dos factores adicionales: los destinatarios de la noticia (lectores, oyentes, espectadores) y los conocimientos y vivencias de quien la elabora.

En primer lugar, imaginar a quién va dirigida la noticia, influye sobre la manera en la que se expone. En nuestra vida diaria, a la hora de narrar o describir algo, lo hacemos de modo diferente cuando nos dirigimos a un niño que cuando le hablamos a un adulto; el vocabulario y las expresiones que utilizamos al hablar de trabajo no son las mismas cuando lo hacemos con alguien que entiende nuestra jerga profesional que al hacerlo con alguien que no la entiende. Del mismo modo, quien elabora una noticia piensa en su público. Y así, a cuanto mayor número de personas intente llegar, más tenderá a simplificar la noticia «para que todo el mundo la entienda».

Sin embargo, esta actitud entraña, a mi entender, el riesgo de infravalorar al público: La tentación de contar con una audiencia masiva lleva a confeccionar un arquetipo de lector, oyente o espectador (denominado por algunos periodistas «el españolito medio») cuyas características serían, en teoría, las del público medio, pero que en la práctica son las quienes ocuparían los puestos más bajos del baremo. A éste imaginado público se le brindan las noticias extremadamente simplificadas para que las entienda.

Tal vez radique aquí la tendencia a reducir las múltiples y complejas causas de los conflictos en África a una única: las rivalidades étnicas. Argumento que por ende trivializa los conflictos (¡Total!, ¿por eso se matan?) o peor, consigue adeptos para la célebre frase de Samuel Baker sobre los africanos: «las tribus siempre están en guerra».5

A la postre, y en aparente atención a su arquetipo de lector, oyente o espectador, los medios de comunicación facilitan una información plana y simple. Si la venta de diarios disminuye o baja la audiencia de los servicios informativos, los medios de comunicación deducen lógicamente que se debe a la falta de interés por parte del público, aunque concluyen, sobre todo en el caso de los periódicos, que esa falta de interés proviene del bajo nivel cultural del público, en lugar de plantearse que ese repliegue puede deberse precisamente al modo en que tratan la información.

En segundo lugar, los conocimientos y vivencias de quien elabora una noticia también la condicionan, en tanto en cuanto el periodista los utiliza para seleccionar y jerarquizar la información que considera relevante. Dicho de otro manera: no se narra un suceso de la misma forma cuando se ha presenciado que cuando se «recuenta». Pero no se trata sólo de ser testigo, además es necesario conocer las claves de lo que ocurre, tanto para entenderlo como para relatarlo. Si yo asistiera, por ejemplo, a un partido de cricket, cuyas reglas de juego no conozco, probablemente me pasaría el encuentro preguntándome qué hacen esos señores vestidos de blanco golpeando una pelota con una pala y corriendo por el césped. Y si además luego tuviera que referirlo, probablemente mi sinopsis resultaría hilarante y quizá incluso irritante para quienes entienden de cricket.

Este papel de testigos al tiempo que explicadores de los acontecimientos es el que juegan los corresponsales y periodistas especializados. Y, sin embargo, se observa en los medios de comunicación una creciente tendencia a prescindir de ellos. ¡Lógico!, podría pensarse: los avances tecnológicos en el ámbito de las comunicaciones los hacen innecesarios. ¿Para qué tener a nadie viviendo en Zimbabwe (¡con lo que cuesta!) si la información se puede obtener de mil otras maneras? Por ejemplo, accediendo por internet a los periódicos del país, contactando con la agencia de noticias local, etc.

La cuestión es que esas mil otras maneras quedan reducidas a unas poquitas: las grandes agencias, que a su vez surten la misma información a todo el mundo (¿Se han fijado alguna vez, mientras hacen zapping durante los noticiarios de televisión, en que las imágenes de una noticia internacional suelen ser las mismas? Pues con los teletipos6 sucede lo mismo).

Sin embargo, que la información en diferentes medios de comunicación sea la misma, porque procede de la misma agencia, no es tanto fruto de una conspiración, pese a la creciente concentración del control de la información en manos de grandes agencias (Reuters, Agence France Press o AFP, etc.) y grupos mediáticos (Time-Warner, Murdoch, PRISA, Zeta, etc.), como consecuencia de la comodidad.

Dado que cada medio de comunicación difícilmente puede cubrir los acontecimientos en todo el mundo, suele estar abonado a un número limitado de agencias que le proporcionan regularmente noticias (textos y/o imágenes), de manera que cuando sucede algo «noticiable» pueda transmitirlo a la mayor brevedad posible, sin necesidad de revuelos y proezas. Pero con el paso del tiempo, lo que se había concebido como un servicio de apoyo complementario se convierte en criterio rector, y los medios de comunicación acaban transmitiendo simplemente lo que les remiten las agencias.

Abandonar esa pauta, buscar y recopilar información adicional o diferente a la suministrada por las agencias, exige tiempo (escaso en las redacciones de cualquier periódico o servicio informativo) y dinero. Con relación a lo cual, se suele olvidar que los medios de comunicación son en último término empresas y que por lo tanto se orientan hacia la obtención de beneficios. En todo caso, cabe recordar que las noticias son únicamente fragmentos de la realidad, unos fragmentos «seleccionados» y «elaborados». Por lo tanto, la suma de esos fragmentos no refleja, ni mucho menos es, la realidad.

1.4. Confluencias y lagunas

Claro que los medios de comunicación no se limitan a transmitir noticias. En los canales de radio y televisión convencionales (o sea, los que no son temáticos), los noticiarios forman parte de una programación más amplia que incluye otros espacios: debates y tertulias, concursos, seriales, documentales, películas, publicidad, etc.

Y en todos ellos, ocasionalmente aparece de algún modo África. En los concursos, por ejemplo, las preguntas relacionadas con el continente implican un extraño grado de dificultad, como el que me sugiere la de: «¿Qué es Burkina Faso?» y las opciones propuestas: «¿un diseñador?, ¿una escritora?, ¿un estado?»7 (de la cuarta opción no me acuerdo, pero sí recuerdo que estaba en la línea de las dos primeras).

En este caso, tres de las posibles respuestas sugieren que se trataría de una persona, de la que se proporcionan el nombre (¿femenino por la ‘-a’?) y apellido. El equívoco se basa en el supuesto desconocimiento del concursante (y de la audiencia), pues de otro modo resultaría evidente en extremo que las tres opciones incorrectas son disparatadas. Qué decir sino de una pregunta como: «¿Qué es Alba de Tormes (o Mediana Azahara, o Vera de Bidasoa)?» a la que se ofrecieran como respuestas alternativas que se trata de una escritora o de un diseñador.

Pese a todo, las menciones al continente en los concursos suelen ser meramente incidentales. Por el contrario, no lo son los programas de televisión que tal vez más hincapié hacen en África: los documentales. Aunque estos espacios parecen centrarse únicamente en los animales salvajes o en los pueblos primitivos, y a menudo presentan a unos y otros como si vivieran en un vacío intemporal, enmarcados en un curioso paréntesis, aislados del devenir de los estados que habitan.

Supongo que este enfoque está condicionado por la exigencia de que el documental en cuestión sea lo menos perecedero posible, esto es, que mantenga su actualidad, de modo que pueda emitirse una y otra vez sin que el paso del tiempo o la evolución del contexto lleven a tildarlo de ‘pasado’. Al fin y al cabo, producir un documental requiere un elevado desembolso y por lo tanto cuantas más veces se emita, mayores serán los ingresos de los productores. La pena es que, a fuerza de ver fragmentos atemporales y exóticos de África, una podría llegar a imaginar el continente como un collage insólito de animales salvajes en vías de extinción y pueblos primitivos anclados en un pasado remoto, ajeno al tiempo y a los acontecimientos.

Esta extraña extemporaneidad también la he percibido en muchas de las películas de ficción ¿sobre? África que se proyectan en los circuitos comerciales de las cadenas convencionales de televisión y los cines. Además, en estas cintas, África es simplemente el decorado en el que transcurre la acción: eso sí, un decorado sumamente exótico y peligroso por lo inusual y desconocido. La reina de África, Mogambo, Casablanca, Las minas del rey Salomón, Memorias de África, Cazador blanco, corazón negro, El cielo protector, El paciente inglés, las series de Tarzán o Indiana Jones son, con todas las diferencias de calidad y maestría que puedan señalar los críticos y cinéfilos, ejemplos de esa práctica.

Por otro lado, me resulta curioso también comprobar cómo casi todas estas películas occidentales, cuyo argumento se desarrolla en África, están basadas en obras literarias, escritas por autores del mismo origen. Y es que el ‘continente negro’ parece producir una fascinación sin par entre los creadores artísticos: de la pintura (Picasso, Basquiat) a la música (Steve Reich, Peter Gabriel o los estilos musicales como el reggae o el jungle), pasando por la escultura (Kirchner, Brâncuşi) y la literatura.

Y me pregunto cómo y por qué a ese encantamiento no le está permitido rebasar las fronteras del continente, pues lo que conocemos de África nos llega tamizado por los ojos de nuestros conterráneos: son sus manos las que pintan y modelan África; sus sonidos, los que transmiten sus ecos; sus cámaras, las que la captan; sus palabras, las que nos hablan de ella. ¿Acaso no tienen voz los africanos?

La tienen, profunda e intensa, rica y llena de matices. Puede que simplemente no hayamos aprendido a escucharla; quizá por eso, de una selección de 1.800 títulos que enumeran Verónica Pereyra y Luis María Mora en su libro Literaturas africanas8, apenas 80 obras han sido traducidas al castellano (y no precisamente por dificultades para la traducción, ya que en su mayoría se trata de obras escritas en francés, inglés o portugués). Tal vez por esa impericia, tampoco recorren los circuitos cinematográficos comerciales las películas de los realizadores africanos, incluidos los de la treintena larga que reseña la revista de cine Nosferatu9. Nuestro ensordecimiento, sin embargo, no es congénito, aunque tal vez sea inconsciente.

Anterior

Siguiente


Notas

  1. Encuesta de ámbito nacional realizada del 18 al 28 de mayo de 1998 entre 2.000 personas, con edades entre 16 años y 65 años, por Instituto DYM para Intermon, con un margen de confianza del 95,45%.
  2. V. Noam Chomsky e Ignacio Ramonet, Cómo nos venden la moto, Icaria, Barcelona, 1995.
  3. La zona más atrayente de una publicación es el cuadrante superior derecho de la página impar, y el que pasa más desapercibido, el inferior izquierdo de la página par.
  4. Informativos Tele 5, 20.30 horas, 11 de octubre de 1999.
  5. Samuel Baker citado por Anne Hugon en La gran aventura africana, exploradores y colonizadores, Ediciones B.S.A., Barcelona, 1998, p. 147.
  6. Aparato telegráfico (y mensaje transmitido por este sistema) que permite transmitir directamente un texto por medio de un teclado mecanográfico, así como su inscripción en la estación receptora en letras de imprenta; es el sistema que utilizan las agencias de prensa para enviar noticias a otros medios de comunicación.
  7. Concurso 50 x 15, Tele 5.
  8. Verónica Pereyra y Luis María Mora, Literaturas africanas. De las sombras a la luz, Ed. Mundo Negro, Madrid, 1998.
  9. Nosferatu. Revista de cine, nº 30, abril 1999.