Introducción

Las páginas que siguen son en realidad la crónica de un proceso personal, la historia de una larga, aunque secreta, relación con África.

Cuenta mi madre que mientras yo me decidía a aparecer en este mundo, ella se distraía leyendo una novela cuyo protagonista era un fornido hechicero africano. Y aunque los recuerdos son vagos, la descripción de Obamburimbo —este era el nombre del hechicero— evocaba la imagen decimonónica de los africanos ofrecida en tantas ilustraciones de aquella época y de otras posteriores.

Esa imagen, reforzada más tarde por lo que iba leyendo y escuchando, se consolidó en mi mente con el paso de los años. Y así, cuando un día aterricé cerca de Harare, la capital de Zimbabwe, reconozco con vergüenza que me asombró hacerlo en un aeropuerto convencional. A partir de aquel momento, nada de lo que fui conociendo se ajustaba a la visión de África que desde Europa me había llevado.

Para enfrentarme con una realidad tan distinta de la que había concebido, intenté arrinconar mis «conocimientos». Y tal vez lo conseguí, pues cuando volví a Zaragoza, al cabo de varios años, me resultaba ímprobo contar lo que había visto y oído, porque las personas a mi alrededor esperaban otros relatos.

La disparidad entre lo que mis allegados pensaban y la realidad que yo había vivido, me llevó primero al silencio y después al empeño en describir aquello que nadie parecía querer imaginar. Y mientras, reflexionaba sobre el origen de esa disparidad.

Los medios de comunicación me dieron una primera pista: me irritaba la forma en la que transmitían las noticias sobre África. Al principio atribuí los sesgos en la información a la propia dinámica de los medios, pero ¿no jugaba el desconocimiento un papel importante en aquella desviación?

Durante algún tiempo busqué la respuesta en los anales de la historia y descubrí con admiración y desconcierto cuán rico era el pasado del llamado continente negro, un pasado vasto y diverso. Si la historia de África era aquella, ¿por qué no aparecía en los libros de texto? ¿Por qué había sido relegada al olvido en Occidente?

Fue entonces cuando comencé a entender que el silencio no se debía sólo a sucesos históricos como la trata de esclavos en masa o el reparto que de África hicieron las potencias coloniales en 1885. Tras la omisión se escondían ladinamente los conceptos, las ideas comunes, el acervo en fin que configura nuestra forma de pensar y de ver el mundo, lo que los alemanes denominan Weltanschauung.

Confieso que en algún momento me tentó renunciar a ese acervo, pero en el camino descubrí que era precisamente esta forma de ver y pensar el mundo la que me empujaba a diseccionarlo. Por eso estas páginas sólo pretenden invitar a la reflexión sobre cómo y por qué vemos a África y a los africanos tal como lo hacemos, en la esperanza de que así podamos devolver al continente y a sus habitantes la dignidad y la humanidad que durante tanto tiempo les hemos negado.

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